Tumbados debajo de un gran árbol, rozando hombro con hombro Lily y yo observábamos el paisaje idílico que se presentaba ante nosotros, como si de un cuadro se tratase; en silencio me percaté de que se acercaba por nuestra derecha una bandada de pájaros surcando los cielos en completa libertad… no pude evitar cerrar los ojos y ponerme a divagar…
- ¿en qué piensas?
- La verdad es que no pensaba en nada… simplemente observaba los pájaros.
- Pero algo se te ha tenido que ocurrir, no sé, es que tienes esa típica cara tuya de estar tramando algo curioso; me inquietas…
- ¿te imaginas que tuviéramos alas?, que pudiéramos mirar a los demás desde arriba, planeando con las corrientes de aire… qué estúpido soy, olvida lo que te he dicho
- Me sorprende tu imaginación, tus ganas de descubrir cosas, pero, ¿por qué piensas que sería fantástico?
- A veces me siento tan vulnerable a los malos acontecimientos que desearía tener un par de alas y echar a volar; coger mis penas y lanzarlas contra una roca desde lo alto, dejar de lado las preocupaciones y dedicarme solo a dejarme llevar por la corriente de aire caliente…
Al decir todos mis pensamientos en alto me sentí en paz, porque pensaba que no sería capaz de sacarlos nunca a la luz, ansiaba descubrir la manera de hacer realidad mi sueño, aunque ello supusiera dejar de dormir, sustituyendo los sueños y pesadillas nocturnas por noches en vela, en construcción de un sueño casero...
Los profundos ojos verdes de Lily se fusionaron con el verde del campo, dejando entrever una tímida aunque sincera sonrisa dedicada a mis locuras compartidas.
- ¿Qué harás hasta que descubras la manera de volar como esas aves que tanto envidias?
- No lo sé, por ahora no lo he pensado. Pero, mientras se me ocurre algo puedo hacer otras cosas.
- ¿Cómo qué? ¿inventar un aparato que nos permita respirar debajo del agua? ¿o tal vez una manera de comunicarnos sin necesidad de mensajeros o palomas?
- No, pero lo que sí puedo hacer aunque no tenga alas, es hacer volar la imaginación… ¿me acompañas?
- Por supuesto
La delicada mano de esa niña que siempre he querido se posó sobre la mía, acompañando ese gesto con una sonrisa que me hizo recordar por qué estaba tan completo en ese momento… No era un gran conquistador, ni tampoco un profesional del romanticismo, pero bastaron 12 palabras para que la preciosa Lily se decidiera a acompañarme en la travesía durante toda nuestra vida:
Contigo me siento capaz de echar a volar sin necesidad de alas
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