"La posibilidad de realizar un sueño es lo que hace que la vida sea algo interesante" Paulo Coelho




Ternura a cuatro patas

domingo, 23 de junio de 2013




Un amor perfecto es posible… por mucho que lo nieguen los pesimistas. Un cariño incondicional que nunca te va a dar la espalda, una devoción hacia tu persona que hace sentirte especial las 24 horas del día. Cuando estoy triste noto su presencia en el mismo instante en que derramo mi primera lágrima. Cuando estoy enferma es el primero que viene a apoyarme y a tumbarse en la cama junto a mí. 

El día que nos conocimos todo era confuso para los dos, pero en cuanto puse mi mirada en ti supe que de ese momento en adelante no iba a dejar de quererte nunca. Eres capaz de decirme cosas sin palabras, solo con tu presencia eres capaz de iluminar mis días grises. 

Cuando me enfado, me entiendes y cuando me alegro tu también estás contento. Es algo inexplicable, pero sé que llegaste a mi vida para darme comprensión y calor.

Por eso quiero decirte pequeño amigo, que cuando tus patitas peludas rascan mi cama por las mañanas despierto con ganas de abrazar la vida, por muy mal que esté todo. El poder cogerte en brazos para que duermas a mi lado, sintiendo ese calor que todos necesitamos en muchos momentos. Que tú te acurruques cual bebé buscando también algo de mí. Gracias por estar siempre ahí, por demostrar que la lealtad incondicional corre por parte de peluditos que, a cuatro patas, son capaces de mostrarnos la humanidad de la que muchas personas carecen. 

Gracias bolita peluda 


Madurez

martes, 11 de junio de 2013



Cuando los pensamientos te ahogan y tu cuerpo se revuelve.  No estás cómodo, te sientes extraño en tu propia tristeza, porque sabes que de ti depende salir adelante…

Cuando los primeros pasos a dos piernas quedan muy atrás, y son ahora las alas las que deben ejercitarse. Me siento como un polluelo en el nido, rodeada de compañeros pedigüeños y alborotadores.  Algunos ya salieron y empiezan a acostumbrarse a la independencia, a la responsabilidad de actuar en la vida. Otros hace mucho que saltaron de la rama y surcan los cielos con soltura. 

Y yo, sigo acurrucada en el nido, asustada pero curiosa, temblorosa pero a la vez decidida… no tengo miedo al fracaso, porque sé que alguna vez estará presente y me hará caer, pero también sé que habrá otros polluelos más maduros, o menos, que me echen un ala de apoyo. 

El camino es mío, la encargada de azuzar a mi vida no puede ser alguien distinto a mí. El pequeño polluelo asustadizo quiere asomar la cabeza al mundo y poder decir desde lo alto que soy la dueña de mis decisiones, acertadas o erróneas, de mis alegrías y mis tristezas, de mis experiencias desechables y aquellas que deberían guardarse en museos como grandes obras de arte. 

Me acerco al final de la fina rama, miro al sol que parece pedirme que juegue con él al pilla-pilla, miro hacia abajo: el fracaso se materializa en una gran altura, pero siempre  he sido más de alturas que de longitudes, y quien haya conocido mi etapa de atleta lo sabe. No quiero mirar hacia abajo, me dirijo hacia el sol. El pequeño polluelo quiere dejar de ser el que deja todo pasar, no enfrenta sus miedos y prefiere ver los toros desde la barrera que cogerlos él mismo por los cuernos. 

Un aleteo, dos, ¿tengo marcado el camino que debo seguir? No, porque si no todo sería demasiado fácil, a la par que aburrido. Pero sé que el aire renovador será mi compañero de viaje y que, en forma de espíritu, sabrá cómo darme impulso cuando más lo necesite. 

Empiezo a batir las alas, respiro hondo… confianza, valor e ilusión son aquellos que están amarrados a mis plumas. Un salto, dos y ¡a volar! 

El polluelo es ahora un Águila Real, lo ve todo a su modo, es dueño de su propio aire, sonríe a la vida nueva que acaba de comenzar. Y aunque el viento a veces vaya en su contra, sabe que no dejará el nido del todo, porque el calor de un hogar se lleva siempre en el corazón. 

Acompañada de los demás, todos sabemos que nacimos con una misión en el mundo. Veinte años de aprendizaje han sido suficientes y agradecidos, pero las alas están para usarlas. 

Como dijo un gran hombre en un mundo lleno de magia: “No son nuestras habilidades las que muestran como realmente somos, sino nuestras elecciones” (Albus Dumbledore).

                                                     
                                                           

Recuerdo de una emoción descatalogada

miércoles, 5 de junio de 2013



Todos tenemos personas en el mundo que nos enternecen con solo mirarlas y escucharlas. Suele suceder con familiares, aunque es aún más impactante cuando sucede en hombres y mujeres que no conocemos más allá de las pantallas. 

Cuando yo era muy pequeña, me hacía ilusión ver a los famosos por la televisión: actores, cantantes, deportistas… aunque bien sabía que era porque me dejaba llevar por la espectacularidad del hecho de ser una estrella mediática, no por los logros de todos ellos. 

Sin embargo, esa persona especial que logró captar mi atención no presumía de ser rico, ni tampoco de tener coches lujosos, ni casas de película; sino que era el reflejo de la sencillez y la humildad. Todavía era pequeña para entender la importancia de este hombre, pero deducía que si salía en la tele como tantos otros, era porque tenía una misión especial en la vida. 

Era día dos de abril de 2005, mi familia y yo veníamos de disfrutar de un concierto de Mark Knopler en el antiguo palacio de los deportes. Mi padre, antes de irnos a dormir, puso el teletexto y vio una noticia que enfrió el alegre ambiente post-concierto: El Papa había muerto. Tras conocer la noticia mis padres se entristecieron mucho, en especial mi madre, que lloró la muerte de ese hombre de blanco que tantas veces apareció en los medios durante esas semanas.Yo sabía que estaba mal de salud, pero no esperaba que se anunciara su muerte tan pronto. 

Anterior a este momento, tuvimos la suerte de poder verle en persona en su última visita a España en el 2003. Yo hasta entonces no me percaté de la importancia de ese acontecimiento… hasta el día de su muerte no supe cuán de importante era ese hombre para tantas personas. 

Al día siguiente se retransmitió su velatorio y la celebración de su entierro. Sin embargo, mi pequeño pensamiento rondaba en saber más sobre Juan Pablo II. Ese día también emitieron un reportaje de su vida, por lo que me dediqué a saber quién era en realidad, antes de despedirme de él. Prefería decir adiós a un conocido cercano que a un ilustre desconocido. 

Supe que en realidad se llamaba Karol Wojtyla, que era polaco y que padeció en sus propias carnes la crueldad del nazismo contra la humanidad. También que luchó por la caída del Muro de Berlín… entre otros muchos gestos en nombre de la Iglesia. 

Yo vi ese documental siendo consciente de  que no iba a entender la totalidad del mensaje, pero fue suficiente para poder decir adiós a un hombre santo y no a un cura de blanco y jefe de los cristianos.
Mi interés por saber más de este Papa aumentaba conforme pasaban los años y ganaba en madurez.

 En el año 2010 tuve la oportunidad de hacer mi primer viaje fuera de España. Nada más y nada menos que un tour de fin de curso por las ciudades más emblemáticas de la "bella Italia". La ruta finalizaba en la capital del país: Roma, la cuna del arte, de la belleza a pie de calle, la eternidad de la historia enfrascada en todos sus rincones. Fueron unos días de ensueño, parecía que todo estaba hecho a mi justa medida.

Cuando llegamos a Roma, el Coliseo fue el huésped que nos abrió las puertas a una de las ciudades más bellas del mundo. El último día estaba dedicado para visitar el Vaticano y sus interiores. Vimos la grandiosidad divina de la Capilla Sixtina, que todo aquel que aprecie el arte sabrá que es digna de emoción, de congoja y de adulación. 

El resto de la visita era tiempo libre, por lo que fuimos a ver el interior de la Basílica de San Pedro… pocos momentos fueron los que pude mantener la boca cerrada ante tanto esplendor. Si debía existir un sitio donde habitara Dios, sin duda era en el Vaticano. 

Pero me faltaba aquello que había guardado para mí durante todo el viaje: quería visitar la tumba de ese hombre de blanco que en el día de su entierro, sin saber porqué, me hizo llorar desconsoladamente, como si hubiera perdido a un familiar.

La entrada a las tumbas papales te invitaba de forma indirecta al recogimiento, a la oración y al silencio. Era un lugar sobrio, cubierto en piedra y algo estrecho, lo que te dificultaba andar deprisa. Vi que muchas personas se agolpaban en torno a una pequeña cueva iluminada y custodiada por dos guardias suizos… sabía que era allí donde debía ir. 

Me acerqué y pude ver el mármol blanco de la lápida: Ioannes Paulus II, con una rosa roja sobre la piedra. Un grupo de monjitas estaban de rodillas rezando frente a la sepultura... movida por un sentimiento impulsivo, me arrodillé como ellas y me puse a llorar… no sabía el por qué de ese impulso, pero sabía que ese lugar tenía algo de divino, porque me dio paz. Algo que no podía experimentar cuando le vi la primera y única vez, pero en mi cabeza rondaba la idea de que ese recuerdo perduraría y lograría hacerse un hueco en mi corazón, y así pasó… 5 años después. 

Este año he tenido la dicha de volver a esa ciudad, a ese Vaticano imponente, a ese recogimiento; además acompañada de la persona que quiero. Buscaba la misma situación, pero Karol me volvió a sorprender: esta vez estaba en el interior del Vaticano, no en las criptas. Seguía en una pulcra lápida blanca, con el título de Beato delante del nombre. 

Esta vez tuve compañero de lágrimas, pudiendo ver que seguía siendo el mismo sentimiento: uno que no se puede describir con palabras, pero que hace que se te salten las lágrimas casi de forma automática.

 Alguien dijo una vez, que las lágrimas son la sangre del alma, sin embargo, las gotas que derramé ese día tenían un gusto de gratitud, de cercanía con Dios, de paz interna. Nada importaba en ese momento más que ese instante. 

Todo lo referente a este hombre Santo me llena siempre de felicidad. Es difícil de explicar, porque cuando sientes sosegar tus preocupaciones de una manera tan inmediata, crees de verdad que alguien intercede por ti, que está siempre a tu lado, siguiendo tus pasos erróneos y acertados. Por eso, desde el día de su muerte, puedo decir que Juan Pablo II nació y quedó siempre  conmigo.


"No tengáis miedo a la verdad de vosotros mismos"
Juan Pablo II


Todavía es posible creer en la humanidad

lunes, 3 de junio de 2013



¿Qué suelen buscar las personas que siguen una religión? Puede ser una pregunta que todo el mundo, sobre todo la gente no creyente, puede cuestionarse de vez en cuando. Antes de las Jornadas Mundiales de la Juventud, celebradas en Madrid (JMJ), no sabía cómo contestar a toda persona que me lo preguntaba. 
Sin embargo, hoy he recordado que hace dos años, rodeada de tantos jóvenes en un lugar tan grande como Cuatrovientos, encontré algo que no esperaba descubrir:   que la esencia de la fe se encontraba en la unión, en la humanidad de aquellos millones de jóvenes unidos en busca de apoyo, comprensión, empatía con el mundo. 
Eso es lo que el Papa Francisco ha querido hacer en el día del Corpus Christi: un momento de oración a escala mundial en todas las Iglesias del planeta.
Personalmente he de decir que un momento de recogimiento personal siempre es de agradecer, pero cuando te paras a pensar que millones de personas están haciendo lo mismo que tú al mismo tiempo, no puedes sino estremecerte ante tanta grandiosidad. 
Hay que dar gracias por este momento de oración mundial, porque cada persona es diferente, pero todos buscamos lo mismo: la Paz en el planeta, la felicidad, la ilusión por la vida… lo que verdaderamente nos hace fuertes es que no estamos solos, que como bien dijo un hombre santo: no hay que tener miedo. Porque si los hombres nos aunamos en torno a una religión es porque queremos ver que un proyecto de vida feliz, solo es posible con un trabajo en equipo. 
Las personas somos sociales por naturaleza, los creyentes se socializan en torno a un proyecto del cual no somos conocedores de él, pero que sabemos ciertas pautas con las que alegrar al mundo con nuestra vida. 
Por todo ello estoy agradecida, porque una está cansada de ver desgracias humanas… y si nos juntamos todos, es para sustituir imágenes de desesperación por realidades esperanzadoras, el negativismo por una sonrisa amable y sincera. La separación entre iguales por la unión sin sesgos. Por lo que, si me vuelven a preguntar por qué soy creyente, puedo afirmar de forma rotunda que es porque tengo fe en que, la humanidad en comunión puede cambiar el mundo. 

 
Solo se necesita un punto de vista distinto, mirar la realidad con otros ojos.