Un auténtico regalo, un día inesperado, espontáneo e
impulsivo. Me despierto a las 8 menos 10, aprovecho esos diez minutos antes de
levantarme para mirar superficialmente el Facebook y me encuentro con que el
ídolo de mi infancia va a estar en Madrid. Miro apresuradamente la localización
del evento, recluto a una amiga dejando ambas de lado la responsabilidad de las
clases universitarias y corremos raudas y veloces hacia la capital. Llegamos al
lugar y nos ponemos a preguntar la ubicación exacta; hacemos el intento de
explotar nuestra condición de periodistas para poder entrar a la presentación del
equipo Yamaha de Moto GP. Imposible, pero nos quedamos allí esperando. Sacaron
las motos de esta temporada al exterior: dos bellezas de dos ruedas que nos
dejaron con la boca abierta.
Pero yo esperaba poder verlo a él, a Valentino Rossi. Tras
unas cuantas horas de espera, el susodicho aparece… rodeado de fans agitados,
periodistas, y blindado por voluminosos guardas de seguridad salió un hombre de
sonrisa sellada, con ojos azulados profundos y un andar ágil y acelerado. Al
principio planeé acercarme todo lo posible pero le seguí desde una cierta distancia,
dejé de lado cámaras y móviles y le observé con mis lentes naturales. Pensé: “voy
a vivir el momento y dejar de lado los recuerdos enmarcados en un portafotos”. Paseé
un rato por los alrededores siguiendo su trayectoria y cuando vi el momento
oportuno me puse a su lado con timidez: “Valentino perdona…”. Con la misma
sonrisa sellada con la que salió se fue corriendo agobiado por tanto fan. “Otra
vez será”, pensé.
Por la tarde, tanto él como su compañero y gran piloto
español Jorge Lorenzo iban a firmar autógrafos en Gran Vía. Nos dirigimos hacia
allí, nos juntamos con otra amiga y esperamos de las primeras la fila para aquella
esperada firma. Se acercaba la hora, y conforme llegaba ese momento hice
memoria y recopilé cuántas veces había soñado con ese encuentro: en un
circuito, en una entrega de premios, yo ya de periodista deportiva destinada a
las motos… soñar es tan gratis como imprevisible. Quién me iba a decir a mí que
ese instante llegaría un 28 de enero de 2015 y en Madrid, en Gran Vía, y con
muy buena gente a mi lado. Hay cosas que
son imposibles de predecir y esas cosas se llaman sorpresas.
Llegaron los pilotos, los héroes, los ídolos o amores
platónicos de todos los allí presentes. Jorge estaba el primero para firmar y
Valentino el segundo. Los nervios se podían tocar en el ambiente y subí las
escaleras con cierto vaivén en mis patitas. Todo pasó demasiado deprisa, los de
la organización nos empujaban y nos exigían velocidad, una prisa injustificada
y poco empática con los fans que llevaban esperando tanto tiempo. Primero con
Jorge: autógrafo, sonrisa, saludo, foto y un: “Gracias Lorenzo”.
Y finalmente, llegó el momento: las patitas que subieron las
escaleras volvieron a temblar y esperé que el resto se fueran para hablarle. En
ese instante yo no era una mujer de 21 años: me transformé en aquella niña que
se quedó embobada al televisor un 2004 al ver que un tal Valentino Rossi había
conseguido una de tantas victorias, el primer gran premio con Yamaha, con su
actual escudería. Esa niña, cuando vio por primera vez a ese italiano de rizos
alocados y ojos azulados supo que sería el culpable de tantas alegrías de
domingo, de carreras de infarto y decepciones de campeonato. En definitiva: ha
sido y es el culpable de mi pasión por las motos.
“Hola Valentino”, dije al principio y me recibió con la misma
sonrisa pícara de por la mañana, con la salvedad de que esta vez se percató de
mi presencia. Me firmó una fotografía y mientras lo hacía no pude evitarlo: “¿puedo darte un abrazo?”. Al terminar
de firmar se inclinó ligeramente para dejar que lo hiciera y ese gesto de
cariño hizo que la niña que había en mi pensara: “al fin sucedió”. Antes de irme le dije: “Gracias por todo Valentino, eres el mejor”; esos ojos azulados me
miraron una vez más y me dedicó la que fue para mí, la mejor de sus sonrisas.
Al salir de ese momento fugaz, abracé su autobiografía sin
firmar, donde guardé su foto garabateada, me quedé un momento parada y pensé: “qué bonito primer encuentro”… un
encuentro entre fan y deportista, entre una niña y su ídolo, entre dos
personas. Una de ellas pasará inadvertida para la otra, pero para mí, ese
momento quedará grabado como un recuerdo imborrable.
Será imborrable… no porque tenga una foto que lo testifique,
porque las prisas hicieron que no pudieran inmortalizar el momento. Sin embargo
pensé: ¿para qué congelar algo que ha
sido tan vivo, tan real, tan dinámico y sencillo?
Salimos de ese espacio tan agobiante y todas las emociones
comenzaron a aplaudir a mis pensamientos revueltos. Tan fuerte aplaudían que me
fui antes de tiempo a casa en urgencia de naproxeno para poder relajar
tensiones o, más bien, emociones.
A la vuelta en tren, mientras miraba Madrid alejarse,
organicé todo lo que había pasado en tan poco tiempo. Con la autobiografía aún
en las manos supe que había hecho realidad un sueño que me ha inspirado muchas
ilusiones, que me ha arrebatado sonrisas risueñas y lágrimas de felicidad.
Fueron éstas lágrimas las que me acompañaron todo el trayecto, seguidas por una
sonrisa grapada y una mirada con brillo especial.
Esa pequeña niña que siempre llevo dentro volvió a aflorar
con más fuerza que nunca, siendo consciente que había llegado el día de hacer
realidad un sueño. Mi regalo más grande envuelto en un abrazo. Grazie per tutti
Valentino.
1 comentarios:
El regalo más grande, lo recibió Valentino en ese abrazo que lejos de encerrar fanatismo, encierra cariños, emociones, agradecimientos y admiraciones hacia una leyenda que a ti y a mucha gente como tú entre la que me incluyo, nos ha hecho y nos sigue haciendo vivir momentos especiales en esta vida que nos ha tocado vivir.
Valentino, seguramente, no lo sepa jamás, pero el mejor regalo de esa tarde, fuiste tú.
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