Todos tenemos personas en el mundo que nos enternecen con solo
mirarlas y escucharlas. Suele suceder con familiares, aunque es aún más
impactante cuando sucede en hombres y mujeres que no conocemos más allá de las
pantallas.
Cuando yo era muy pequeña, me hacía ilusión ver a los famosos
por la televisión: actores, cantantes, deportistas… aunque bien sabía que era
porque me dejaba llevar por la espectacularidad del hecho de ser una estrella
mediática, no por los logros de todos ellos.
Sin embargo, esa persona especial que logró captar mi
atención no presumía de ser rico, ni tampoco de tener coches lujosos, ni casas de película; sino que era el
reflejo de la sencillez y la humildad. Todavía era pequeña para entender la importancia
de este hombre, pero deducía que si salía en la tele como tantos otros, era
porque tenía una misión especial en la vida.
Era día dos de abril de 2005, mi familia y yo veníamos de
disfrutar de un concierto de Mark Knopler en el antiguo palacio de los
deportes. Mi padre, antes de irnos a dormir, puso el teletexto y vio una
noticia que enfrió el alegre ambiente post-concierto: El Papa había muerto. Tras conocer la
noticia mis padres se entristecieron mucho, en especial mi madre, que lloró la
muerte de ese hombre de blanco que tantas veces apareció en los medios durante
esas semanas.Yo sabía que estaba mal de salud, pero no esperaba que se anunciara
su muerte tan pronto.
Anterior a este momento, tuvimos la suerte de poder verle en
persona en su última visita a España en el 2003. Yo hasta entonces no me
percaté de la importancia de ese acontecimiento… hasta el día de su muerte no
supe cuán de importante era ese hombre para tantas personas.
Al día siguiente se retransmitió su velatorio y la
celebración de su entierro. Sin embargo, mi pequeño pensamiento rondaba en
saber más sobre Juan Pablo II. Ese día también emitieron un reportaje de su
vida, por lo que me dediqué a saber quién era en realidad, antes de despedirme
de él. Prefería decir adiós a un conocido cercano que a un ilustre desconocido.
Supe que en realidad se llamaba Karol Wojtyla, que era polaco
y que padeció en sus propias carnes la crueldad del nazismo contra la humanidad. También que luchó por la caída del Muro de Berlín… entre otros muchos
gestos en nombre de la Iglesia.
Yo vi ese documental siendo consciente de que no iba a entender la totalidad del
mensaje, pero fue suficiente para poder decir adiós a un hombre santo y no a un
cura de blanco y jefe de los cristianos.
Mi interés por saber más de este Papa aumentaba conforme
pasaban los años y ganaba en madurez.
En el año 2010 tuve la oportunidad de
hacer mi primer viaje fuera de España. Nada más y nada menos que un tour de fin
de curso por las ciudades más emblemáticas de la "bella Italia". La ruta
finalizaba en la capital del país: Roma, la cuna del arte, de la belleza a pie
de calle, la eternidad de la historia enfrascada en todos sus rincones. Fueron unos días de ensueño, parecía que todo estaba hecho a
mi justa medida.
Cuando llegamos a Roma, el Coliseo fue el huésped que nos
abrió las puertas a una de las ciudades más bellas del mundo. El último día
estaba dedicado para visitar el Vaticano y sus interiores. Vimos la
grandiosidad divina de la Capilla Sixtina, que todo aquel que aprecie el arte
sabrá que es digna de emoción, de congoja y de adulación.
El resto de la visita era tiempo libre, por lo que fuimos a
ver el interior de la Basílica de San Pedro… pocos momentos fueron los que pude
mantener la boca cerrada ante tanto esplendor. Si debía existir un sitio donde
habitara Dios, sin duda era en el Vaticano.
Pero me faltaba aquello que había guardado para mí durante
todo el viaje: quería visitar la tumba de ese hombre de blanco que en el día de
su entierro, sin saber porqué, me hizo llorar desconsoladamente, como si
hubiera perdido a un familiar.
La entrada a las tumbas papales te invitaba de forma
indirecta al recogimiento, a la oración y al silencio. Era un lugar sobrio, cubierto
en piedra y algo estrecho, lo que te dificultaba andar deprisa. Vi que muchas
personas se agolpaban en torno a una pequeña cueva iluminada y custodiada por
dos guardias suizos… sabía que era allí donde debía ir.
Me acerqué y pude ver el mármol blanco de la lápida: Ioannes
Paulus II, con una rosa roja sobre la piedra. Un grupo de monjitas estaban de
rodillas rezando frente a la sepultura... movida por un sentimiento impulsivo, me arrodillé como ellas y me puse a llorar… no sabía el por qué de ese impulso, pero
sabía que ese lugar tenía algo de divino, porque me dio paz. Algo que no podía
experimentar cuando le vi la primera y única vez, pero en mi cabeza rondaba la
idea de que ese recuerdo perduraría y lograría hacerse un hueco en mi corazón,
y así pasó… 5 años después.
Este año he tenido la dicha de volver a esa ciudad, a ese
Vaticano imponente, a ese recogimiento; además acompañada de la persona que
quiero. Buscaba la misma situación, pero Karol me volvió a sorprender:
esta vez estaba en el interior del Vaticano, no en las criptas. Seguía en una
pulcra lápida blanca, con el título de Beato delante del nombre.
Esta vez tuve compañero de lágrimas, pudiendo ver que seguía
siendo el mismo sentimiento: uno que no se puede describir con palabras, pero
que hace que se te salten las lágrimas casi de forma automática.
Alguien dijo
una vez, que las lágrimas son la sangre del alma, sin embargo, las gotas que
derramé ese día tenían un gusto de gratitud, de cercanía con Dios, de paz
interna. Nada importaba en ese momento más que ese instante.
Todo lo referente a este hombre Santo me llena siempre de
felicidad. Es difícil de explicar, porque cuando sientes sosegar tus
preocupaciones de una manera tan inmediata, crees de verdad que alguien
intercede por ti, que está siempre a tu lado, siguiendo tus pasos erróneos y
acertados. Por eso, desde el día de su muerte, puedo decir que Juan Pablo II nació
y quedó siempre conmigo.
"No tengáis miedo a la verdad de vosotros
mismos"
Juan Pablo II
4 comentarios:
Precioso lo que has escrito. Esta vez, has sido tú quien me ha emocionado.
Llevaba mucho tiempo queriendo escribir sobre él, pero era ayer por la noche cuando debía recordar :)
Muy buen y bonito post, la verdad es que era un ser humano que llegaba directamente al corazón y las almas de las personas, por lo menos a mí siempre me emocionaba. Muy buen recuerdo que has traido. Muchas gracias. Un abrazo
Muchas gracias a ti por leerlo. Un abrazo muy grande.
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