Cuando los pensamientos te ahogan y tu cuerpo se
revuelve. No estás cómodo, te sientes
extraño en tu propia tristeza, porque sabes que de ti depende salir adelante…
Cuando los primeros pasos a dos piernas quedan muy atrás, y
son ahora las alas las que deben ejercitarse. Me siento como un polluelo en el
nido, rodeada de compañeros pedigüeños y alborotadores. Algunos ya salieron y empiezan a acostumbrarse
a la independencia, a la responsabilidad de actuar en la vida. Otros hace mucho
que saltaron de la rama y surcan los cielos con soltura.
Y yo, sigo acurrucada en el nido, asustada pero curiosa,
temblorosa pero a la vez decidida… no tengo miedo al fracaso, porque sé que
alguna vez estará presente y me hará caer, pero también sé que habrá otros polluelos
más maduros, o menos, que me echen un ala de apoyo.
El camino es mío, la encargada de azuzar a mi vida no puede
ser alguien distinto a mí. El pequeño polluelo asustadizo quiere asomar la
cabeza al mundo y poder decir desde lo alto que soy la dueña de mis decisiones,
acertadas o erróneas, de mis alegrías y mis tristezas, de mis experiencias
desechables y aquellas que deberían guardarse en museos como grandes obras de
arte.
Me acerco al final de la fina rama, miro al sol que parece
pedirme que juegue con él al pilla-pilla, miro hacia abajo: el fracaso se
materializa en una gran altura, pero siempre he sido más de alturas que de longitudes, y
quien haya conocido mi etapa de atleta lo sabe. No quiero mirar hacia abajo, me
dirijo hacia el sol. El pequeño polluelo quiere dejar de ser el que deja todo
pasar, no enfrenta sus miedos y prefiere ver los toros desde la barrera que
cogerlos él mismo por los cuernos.
Un aleteo, dos, ¿tengo marcado el camino que debo seguir?
No, porque si no todo sería demasiado fácil, a la par que aburrido. Pero sé que
el aire renovador será mi compañero de viaje y que, en forma de espíritu, sabrá
cómo darme impulso cuando más lo necesite.
Empiezo a batir las alas, respiro hondo… confianza, valor e
ilusión son aquellos que están amarrados a mis plumas. Un salto, dos y ¡a
volar!
El polluelo es ahora un Águila Real, lo ve todo a su modo,
es dueño de su propio aire, sonríe a la vida nueva que acaba de comenzar. Y
aunque el viento a veces vaya en su contra, sabe que no dejará el nido del
todo, porque el calor de un hogar se lleva siempre en el corazón.
Acompañada de los demás, todos sabemos que nacimos con una
misión en el mundo. Veinte años de aprendizaje han sido suficientes y
agradecidos, pero las alas están para usarlas.
Como dijo un gran hombre en un mundo lleno de magia: “No son
nuestras habilidades las que muestran como realmente somos, sino nuestras
elecciones” (Albus Dumbledore).
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