10 años han pasado
ya, y la huella tan profunda que dejó me hace pensar que ha sido cosa de un
pasado muy reciente, casi inmediato. Y es que desde que Madrid explotó, todos temblamos, todos nos
solidarizamos con el dolor de quienes iban en esos trenes y de aquellos que les
esperaban en sus casas, en sus oficinas o universidades, en los sitios en los
que debían de estar y finalmente no
llegaron.
Ni la persona más pecadora de esos cercanías se merecía ni
una décima de lo que ocurrió, porque por mucho mal que se pueda hacer, el
perdón siempre está dispuesto a darse. Pero nadie tiene derecho a quitar la
vida a otra persona, porque no solo eliminas prematuramente el mañana de alguien,
sino que borras del mundo a ese hombre, mujer o niño, que posiblemente estaba
destinado a ser una persona de bien, incluso porqué no, alguien importante… pero
ante todo una persona respetuosa con la vida de los demás, algo que no hicieron los que cometieron tal atrocidad,
y por lo que de una manera o de otra pagarán las consecuencias, en esta vida o
en la que viene.
¿Culpables? Llega un
punto que no se precisan nombres ni apellidos… pasada ya una década lo que se
pide es que se respete y que no se mienta. Porque no hay nada más rastrero que
mentir a víctimas de una catástrofe con la que nunca han contado, y nunca
hubieran deseado ser partícipes forzados. Quien haya sido culpable o supiera
que tal tragedia iba a ocurrir llevará para el resto de su vida una marca…
puede que no sea visible a simple vista, pero en la conciencia quedará siempre
grabada. Puede que sigan con sus vidas normalmente, pero sólo por haber participado en la consecución, caminan por
las calles muertos en vida, porque una persona que tiene la sangre fría de
quitar la vida a otras muchas, por cada
víctima que se añadía a la lista una parte de esos culpables moría con él,
dejando un cuerpo vacío de alma, carente de humanidad. Que aunque parezca
alguien corriente, se trata en verdad de un alma en pena que tiene ya su
castigo y lo seguirá teniendo para el resto de su vida.
El corazón de
España explotó y todos temblamos: ambulancias por todas partes, personas
desorientadas, todo el mundo en vilo frente al televisor, la radio o Internet,
todo se paró por un momento y la calma era el sonido que más se echaba de
menos. Aunque tras él vino la rabia social y el ¿por qué pasó esto? Como bien dice una de las que tuvo la suerte de
salvarse: “hay muchos porqués en el aire
que no tienen respuesta”. Ya no
podemos preguntarnos esto, porque lo que hay que hacer es mirar hacia adelante,
pero siempre que regresemos al recuerdo que sea para tener muy presente las 192
víctimas… de la primera a la última.
Porque ellos han sido ángeles que marcharon antes de lo previsto, y su destino
desgraciadamente fue inesperado, cruel e injusto.
Pero ellos no lo
sabían, nadie podía imaginárselo, por eso el 11 de Marzo de cada año es un día
para mirar atrás en nuestro camino, mirar atrás y dejar por unos instantes
nuestros quehaceres diarios, para tener en nuestras mentes y corazones a esas
personas que iniciaron un viaje en tren que se ha alargado más de lo previsto…
todos los que aquí quedamos cogeremos algún día ese mismo tren, aquel cuyo destino
podrá reunirnos de nuevo con aquellos que hoy, día 11 de marzo, son y serán
para siempre los protagonistas de nuestros pensamientos.
Dedicado con todo
el cariño del mundo a los fallecidos y familiares de la tragedia del 11-M
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