Nunca borraré de mi memoria uno de los momentos más
preciosos de mi corta existencia. Jóvenes sentados en el frío suelo con la
cabeza agachada: pensando, rezando, llorando e incluso algunos diría que
soñando. Yo me encontraba en un estado de reflexión interna que nunca había
llegado a experimentar… lo más cercano había sido en mis muchas escapadas en
solitario hacia alguna montaña; sin embargo, los sentimientos que experimenté
en ese momento no se podían equiparar a una reflexión banal colgada de lo alto
de un monte. Esto era mucho más profundo: un examen interno sobre mí misma,
sobre mi familia, amigos y creencias… sobre la persona que en esos momentos
apoyaba su cara contra mi espalda y me abrazaba la cintura con fuerza para
sentirme cerca en un momento tan íntimo, tan cercano a Dios.
Unos instantes en los que las lágrimas comenzaron a salir
tímidamente por mis ojos emocionados ante tanta paz… al darme la vuelta para
mirar un par de ojos bonitos, me di cuenta de que estos también estaban húmedos
y al borde del desborde. Las caricias fueron el consuelo de una alegría
espiritual que poco se puede comparar a una ilusión corriente. Un abrazo de más
de un minuto en el que nos acunamos mutuamente, nos dimos las gracias y pedimos
perdón por nuestros errores uno al otro y frente a Dios: el factor que hacía
que ese momento estuviera cargado de una espiritualidad sin límites. Era el
último día, la última oración de unos encuentros europeos de jóvenes creyentes
que habían dejado tras de sí miles de vivencias, que guardaban experiencias de
reflexión y de búsqueda.
Cada persona tendría sus propias preocupaciones, diferentes
peticiones, aspiraciones dispares de todos estos días. Yo no tenía una misión
concreta ni una intención determinada: me dejé acunar por las notas de aquella
música envolvente y me sumergí en el ambiente del silencio y del examen de
conciencia. Tenía mucho que agradecer y nada que reprochar, solo dar gracias
por poder ser consciente de que todo lo que estaba viviendo era de las
experiencias más enriquecedoras de mi vida. Gracias a un primer regalo que
aterrizó entre mis brazos he sido capaz de emprender un viaje por medio de unos
valores compartidos que nos hacen ser más fuertes y nos enseñan a no perder
nunca la fe. Si algunos no buscaban la fe en Dios al menos lo tuvieron que
encontrar en el futuro: en aprender que no hay que perder la esperanza y que
después de la tormenta siempre llega la calma.
Hubo muchos momentos emotivos en esta travesía, pero siempre
guardaré en corazón el instante en el que el mundo era ajeno a nosotros, porque
estábamos experimentando una realidad alternativa. Con la misma música envolvente
nos fundimos entre lágrimas y sonrisas,
sin palabras nos dijimos todo, sin más gesto que un abrazo sincero pusimos
punto y seguido a una de las semanas más bonitas que habíamos compartido. Porque el sentimiento era el mismo, pero el
matiz más intenso y poderoso que nunca… un instante fugaz que habría dejado
durar para toda la eternidad.
1 comentarios:
......... me haz matado...... :') <3
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