Esa noria que marca el compás de mis vueltas por las experiencias que todavía no he podido apreciar...
Los parques de atracciones sin gente son como los sueños sin mi sonrisa noctámbula al comprobar que hasta a las tantas de la madrugada la vida puede ser maravillosa.
Todo lo que necesita ese parque particular son personas que se atrevan a acompañarme junto con mi desvergüenza y las ganas de comprobar si se atreven a saltar junto a mí hacia el vacio de la aventura por lo desconocido.
En esa travesía no sólo puede haber diversión, también hay malos ratos; hay momentos que aunque estés rodeada de gente que grita y llora desaforadamente, son tus lágrimas las únicas que gritan en silencio que alguien las acune con una caricia; al igual que son tus manos las que suplican que alguien las bese y las susurre desde tan cerca que ni los oídos oigan que son lo más especial de este mundo, y que sin ellas el mundo sería un sin sentido.
En otros tramos del viaje, necesitas gritar a los cuatrovientos verdades como puños, sin embargo, ciertas verdades poseen un interior tan dulce y tierno que los puños sobran en esos gritos, afónicos por la vergüenza de no mostrar la evidencia, por miedo a evidenciarte de que esa verdad no sea correspondida.
Llegas a la cima y te sientes colmada, cansada, temblorosa y desestresada; sólo te falta comprobar si de verdad tienes dedos ajenos entrelazados en tu mano, si las lágrimas aún guardan el calor de la caricia o si simplemente todo lo has soñado y estás esperando que se convierta en realidad, transformando tu propia cima en un beso que te motive a descender tras el arduo trayecto.
1 comentarios:
Pero qué fijación tenemos algunos con las norias, jejeje. Sólo te diré que esa noria nunca debe de parar. Lo único imprescindible, es que las vueltas no sean en sentido contrario.
Besos de feria con sabor a algodón de azúcar.
Publicar un comentario