Me gustaría compartir un artículo de opinión elaborado por una fiel seguidora de este humilde e intermitente blog, en el que se habla de la violencia sexual a las que muchas mujeres son sometidas, aún a día de hoy, en el mundo. Esperemos que este post remueva conciencias.
LA OTRA GUERRA
Elisenda Reinés
Todo
acontecimiento, o al menos aquellos más sensibles e incluso sangrantes dejan de
ser simplemente dos caras de una misma cinta. Son mucho más...miradas
entrelazadas, escenarios múltiples, agentes diversos, relatos ocultos,
informaciones desviadas…un compendio de historias mezcladas, en las que solo unas pocas se alzan sobre las
demás y se erigen como verdaderas, únicas y definitivas. Esta son las que
quedan grabadas en la retina de los que, participes o no, conocen ese hecho.
Para abordar todas aquellas que quedaron atrás se necesitan narradores
valerosos, activistas sin miedo y victimas con ánimo para alzar la voz y poner el foco sobre esas historias
ensombrecidas.
La
guerra, de ayer y de hoy, y entendida en todas sus formas; des de la mayor
hecatombe como la vivida hoy a raíz del fundamentalismo islámico, hasta un conflicto entre razas o pueblos como
lo fue Ruanda, es un claro ejemplo de esa opacidad de información, de saberes y
de realidades. Una de esas caras ocultas es la guerra particular de las mujeres
que son víctimas de violencia sexual: un crimen de guerra envuelto en mitos,
secretos y estigmas.
Un problema lejano, una percepción escasa.
Ciudadanos
como nosotros, una amplia mayoría, que vivimos bendecidos por un largo período
de paz, solo alcanzamos a entender violencia sexual como la violencia de género
entre un hombre y una mujer en todas sus varianzas desde la violencia
psicológica hasta los asesinatos más viles y ruines. Pero al otro lado de
charco la violencia sexual –especialmente sobre las mujeres, casi en exclusiva-
se configura como una práctica de guerra practicada de forma sistemática. En
palabras de las Naciones Unidas en su Declaración sobre la eliminación de la
violencia contra la mujer representa “todo acto de violencia basado en la
pertenencia al sexo femenino que tenga pueda tener como resultado un daño o
sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas
de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si
se producen en la vida pública como en la vida privada”.
Esa
definición aunque rigurosa es por desgracia aún insuficiente. Esa violencia
sexual de la que hablamos incluye también la prostitución forzada, el tráfico
de mujeres para su compra venta como meras mercancías, además de los embarazos
forzados. Es, con todo esto, una estrategia calculada y desarrollada como lo
son lo son las estrategias puramente militares. Una estrategia global, no solo
de un grupo o de un país… y por desgracia del presente. Un elemento central de
la ideología y la actuación de organizaciones no solo extremistas y
paramilitares sino también adoptada por fuerzas del orden gubernamentales.
Según la ONU 45 grupos armados son sospechosos de acometer esos crímenes de
forma metódica, normalizada en sus rutinas, y de ellos más de una decena han
sido incluidos en el pasado año.
¿Dónde? Somalia, Nigeria, Afganistán, República
Democrática del Congo, Sudan del Sur, Mali o Yemen son algunos de los más
afectados pero también es una práctica muy enraizada en América Latina,
especialmente en Colombia y Perú.
¿Cuántas víctimas? Eso no podemos conocerlo.
Mientras una gran parte de las víctimas no tienen recursos para ser tratadas,
otras muchas no se atreven a hacerlo por el repudio y los estigmas que se
arrojarían sobre ellas. Pero en la mayoría de estos países los pocos datos que
se tienen las cuentan por miles, en la República Democrática del Congo…hablamos
de más de medio millón.
Fines bárbaros.
Buscar
el por qué de estos actos es toparte de frente con el patriarcado más ruin y
poderoso, una situación de pleno dominio fálico en el que las mujeres sufren la
paradoja de ser el sustento familiar, el pilar de su supervivencia en muchos
casos y, sin embargo, tratadas como un mero objeto inútil, prescindible,
insensible… Despojada de todo derecho, honor y calidad de ser humano se
convierte ante estos bárbaros en un botín de guerra para sembrar terror en las comunidades,
para que sus agresores impongan su control militar, se venguen y humillen a sus
adversarios. Todo este sufrimiento a la postre, además del disfrute de los
victimarios, es un simple acto simbólico, son trofeos de guerra acumulables que
incluso sirven como mensaje para forzar la huida de los suyos Es, según la
activista Radhiuka Coomaraswamy, un “mensaje de castración y mutilación al
enemigo”, ellas son el método, el papel donde lanzar un mensaje.
Las que
sobreviven en el 80% de los casos no terminan ahí su calvario, al abrir los
ojos, se encuentran un arma de doble filo que a mi parecer puede llegar a ser
aun más dolorosa que la propia agresión: el repudio, el abandono, una vida
destruida, la rabia de la impunidad. Muchas se convierten en activistas y
estudian para ser promotoras de los derechos humanos y defender a las que se
convierten en víctimas como ellas. Activistas estereotipadas con un perfil de
igual característica e incluso de mujer soltera pero también culta. Una labor
necesaria, loable pero muy compleja, en ocasiones reprimidas por los propios
gobiernos.
Ante
ese final tóxico y amargo, frente a esa impunidad no basta con el activismo. No
basta con salir a la calle, con gente comprometida, con víctimas que cuentan su
historia; hacer declaraciones en actos políticos o firmar tratados de
colaboración. Es necesario, apoyar todo
ello con una fuerte presión mediática y la actuación de
fuerzas gubernamentales que se erigen como demócratas pacificadores y
protectores de los derechos humanos, por muy lejos que quede ese conflicto de
sus fronteras. Los medios son vitales para recordar que sigue latente,
denunciar, exigir soluciones, investigar las irregularidades políticas,
llamarlo por su nombre y por supuesto contextualizar. Sin una unión colectiva,
sin romper ese silencio, sin servir de altavoz público para aquellos que no
pueden hablar y sin intentar erradicar esos problemas des de la base,
seguiremos hablando de estas atrocidades. Monstruosidades que no terminan con
el conflicto y no solamente por las terribles secuelas, sino por la continuidad
de las agresiones contra las mujeres una vez firmada una falsa paz. Si no,
cojan un mapa, localicen Perú y en lugar de mirar la ciudad de Chiclayo, el Rio
Amazonas, Lima o el Machu Picchu, den la vuelta a la cinta, pongan la cara B y
verán 446.417 víctimas de violencia sexual en sus 15 años de “paz”.