Sentada en este santuario no pienso nada y pienso todo a la vez… en ocasiones pienso que ni el propio Einstein lograría entenderme, mientras que en muchas otras hasta un bebé sería más original que yo a la hora de expresarse. Miro alrededor y me encuentro rodeada de recuerdos, momentos que son míos, compartidos con gente que quiero o que en su momento quise y ahora solo quiero que desaparezcan de mi vista.
Puede que experimente cosas disparatadas, desagradables, dulces, emotivas o desgarradoras; pero he llegado a la conclusión de que de todas las experiencias que se pueden sentir, la más placentera es la de llorar de la risa…
Esa sensación de tener agujetas en músculos que ignorabas de su existencia, de prolongar el momento hasta el infinito para no experimentar nada más que la impresión de llegar a la cima de tu felicidad, de ver el suelo y querer abrazarlo para mostrarle lo divertida que es tu vida. Y qué decir cuando esa emoción es compartida!! De ver a tu amigo igual de agobiado que tú y sin poder evitarlo creas entre él y tú un viaje sin retorno por el espacio del llanto alegre, de la risa con todos los dientes descubiertos…
Puede que algunos momentos puedas sentirte un incomprendido, o puede que veas muchos actos injustos a lo largo de tu vida; pero siempre que te pase eso tienes dos opciones: o ponerte el rey león y cantar con timón y pumba “hakuna matata” (que es una muy buena opción) o llamar a los colegas y crear un ambiente de risas y bromas que hagan convencerte cada día más que tu vida es un regalo y no una cruz con la que cargar; porque todo en este mundo puede solucionarse con un poco de humor dulce… como bien dice un famoso grupo de humoristas: humor dulce hogar…